Comentario
Del castigo que hizo don Diego de Mendoza por la muerte de Nuño de Chaves, y de los encuentros que tuvo el General y su compañía con los indios
Muerto el Capitán Nuño de Chaves, intentaron los indios de la comarca acometer a toda la compañía de Diego de Mendoza, que con el aviso que tenía del trompeta, que se escapó, estaba con suma vigilancia, aguardando que viniesen contra él, como lo pusieron en efecto, tomando un paso peligroso, por donde los españoles habían de pasar para sus pueblos en un gran pantano y tremedal, en que les era forzoso ir a pie con los caballos de diestro: allí se emboscaron, y don Diego cuando llegó al paso, se previno de mandar primero reconocerle con lo que descubrió la celada, que le tenían armada, y haciendo buscar otro paso por la parte de arriba, y hallándole razonable, mandó pasar por él veinte soldados arcabuceros a caballo con algunos indios amigos; y puesto en efecto, acometieron al enemigo emboscado, y le echaron fuera al campo raso, con lo que pudo pasar don Diego con su gente por el paso que le tenía tomado al enemigo, y juntos en lo llano se trabó en reñido choque, en que salieron los nuestros victoriosos con muerte de muchos indios, abandonando el campo los que pudieron valerse de la diligencia, y dejando presos algunos de los motores de esta rebelión, a quienes luego mandó el Gobernador hacer cuartos, y ponerlos en los caminos para escarmiento. Para proseguir este ejemplar castigo, convocó algunos de los pueblos, que no habían tenido parte en el tumulto, y juntándolos a su compañía para refuerzo se encaminó al pueblo de Porrilla, donde se hallaban todos los autores de la muerte de Nuño de Chaves, con prevención de esperar a los nuestros con propósito de cogerlos entres sus poblaciones, teniendo para este fin el refuerzo de toda le gente de guerra que pudieron para el efecto. Con este apresto hicieron rostro a los españoles, con tanta audacia que los pusieron en mucho aprieto, hasta que con imponderable esfuerzo, favorecidos de N. S., rompieron los escuadrones enemigos, y entraron al pueblo, y le pusieron fuego, haciendo tal estrago con la ardentía de los soldados, que no perdonaron ni edad ni sexo, en que no ensangrentaron sus armas, ejecutando con la muerte de todos un tan cruel castigo, que hasta entonces no se vio igual en el Reino, pues los inocentes pagaron con su muerte lo con la de Nuño se hicieron delincuentes los culpados. Consiguióse con este desmedido castigo, atajar la malicia de aquellos bárbaros, que ya casi estaban todos rebelados. Concluida esta función, encaminó su marcha el Gobernador a la ciudad de Santa Cruz, donde llegados los capitulares y demás personas de distinción, le nombraron por capitán y justicia mayor en nombre de S.M., entre tanto que otra cosa fuese proveída por la Real Audiencia, y Exmo. Señor Virrey de aquel reino. Y dando cuanta como debían de lo sucedido a quien tocaba, fue aprobado, con cuya aprobación don Diego de Mendoza aprendió la gobernación de aquella tierra, hasta que, andando el tiempo, don Francisco de Toledo, que por orden de S.M., fue proveído por Virrey del Perú, envió por Gobernador de esta provincia de Santa Cruz al capitán Juan Pérez de Zurita, persona principal y benemérita, y que había servido a S.M. en varios empleos preeminentes, y hallándose en la conquista del reino de Chile, y administrado el gobierno de Tucumán. De su recibimiento se originaron las rebeliones y tumultos, de que se tratará en su lugar, como de la muere de don Diego de Mendoza, y sólo trataré en este capítulo de la jornada del General Felipe de Cáceres, y el Ilustrísimo obispo hasta llegar a la ciudad de la Asunción. Habían éstos estado en cierto lugar detenidos, mientras sucedió la muerte de Nuño de Chaves, a quien con impaciencia esperaban, bien inocentes de su desgracia, hasta que una tarde vieron dos indios, que puestos en la cima de un alto cerro, que cerca del Real estaba, empezaron a dar voces, haciendo señas con unas ramas, que traían en las manos, y se les percibió que decían: Españoles, no tenéis necesidad de esperar más a Nuño de Chaves, porque ya es muerto: y nosotros no pretendemos haceros daño alguno, sino que sigais vuestro camino en paz sin juntaros con la gente de don Diego, porque no os ha de ir bien de ello. Oída esta relación se determinó que fuesen con la posible cautela dos hombres a informarse de lo que pasaba, y partidos del campo, encontraron unos indios que les informaron de todo lo acaecido, y temiendo de alguna fatalidad, si proseguían adelante, retrocedieron a su Real con esta relación, sobre que se hizo consejo, en que fue resuelto no demorarse más en aquel sitio, sino que con la posible brevedad siguiesen su viaje. Ejecutóse, caminando hacia el río Paraguay, pero antes se despachó a un soldado llamado Jacome, gran lenguaraz, junto con unos caciques naturales de aquella parte del río, con recado a los principales indios comarcanos, que vinieron con el Obispo y Gobernador, que no se inquietasen, porque los españoles venían a hacerles toda paz y amistad. Llegó el mensajero a la provincia de Itatin, a cuyos caciques dio su embajada; pero ellos turbados tan lejos estuvieron de mantenerse en paz, que luego tomaron las armas contra los españoles, y por principio de paga mataron luego a Jacome el mensajero, con lo cual se alzó toda la tierra, sin quedar ninguno en toda aquella provincia y camino que lo hiciese, teniendo de largo más de ciento y cincuenta leguas hasta la ciudad de Asunción, de cuyo suceso, guerra y trabajos padecidos en este viaje, se tratará en el capítulo siguiente.